1 mar 2015

Una contribución heterodoxa a la polémica 3+2 versus 4+1.



Los problemas de la educación en España han sido objeto de estudio en numerosos trabajos y desde todos los puntos de vista. Pero ninguno parece lo suficientemente  definitivo como para acabar con alguna de las recurrentes polémicas que ley tras ley, año tras año, modelo tras modelo, se ponen de manifiesto una y otra vez. Quien lo sufrió lo sabe.
La última polémica es la “3+2 versus 4+1” que ha hecho correr ríos de tinta. Les supongo enterados.  En ella se trufan dos cuestiones distintas y distantes: la estructura de los estudios universitarios y la política de becas. Quienes muestran una postura conservadora argumentan que Incrementar los “másteres de 1 a 2”, redundará en un mayor esfuerzo económico para alcanzar el título y, consecuentemente, en un fuente de mayor desigualdad.
Conviene diseccionar la cuestión y separarla en diversas preguntas. Abordaré dos o tres.
La primera que  asalta es la siguiente: ¿cómo afecta la duración de los estudios universitarios al acceso y a la  titulación o al abandono? Es innegable que una duración mayor comportará una mayor inversión por parte del estudiante y una incertidumbre mayor sobre la culminación de los estudios. No es baladí recordar que, a efectos del fracaso, es igual abandonar los estudios en el primer año que en el tercero. Los universitarios de menores recursos deberían optar por una duración menor de las carreras; por una estructura que les permita llegar lo antes posible a una titulación. La opción 4+1 alarga esa posibilidad. La opción de los  estudiantes de recursos limitados debe ser la  3+2, claramente. Porque las posibilidades de abandono, al menos teóricamente, se reducirían notablemente.  Ya hay estudios, ciertamente muy preliminares, que respaldan esta tesis
El mundo se ha vuelto complejo. Muy complejo. Los estudios universitarios se han diversificado tanto que se obliga a tomar decisiones académicas cada vez más tempranas y cada vez más irreversibles. Y la formación especializada se prolonga a las etapas postuniversitarias. Desde este punto de vista el debate sobre 3+2 me parece incompleto si no se aborda previamente el debate sobre la estructura y objetivos del bachillerato al menos. El bachillerato tiene poco valor como titulación,  su finalidad es prácticamente sólo propedéutica y preuniversitaria. Arrostrar esa realidad sin complejos es hacerse un doble favor: dar sentido y continuidad a la formación científica o  humanística  y liberar, aunque sea mínimamente, al sistema educativo del sistema productivo.
El 3+2 exige dos másteres. Antes de seguir reparemos por un momento en que hay una tendencia innegable e imparable: la diversificación de los puestos de  trabajos. Esa diversificación del  trabajo parece exigir una correspondencia en la diversificación de la formación especializada. Es de aplastante lógica que 3+2 es más versátil y ofrece mayores posibilidades de especialización.
Los detractores de la reforma tienen a su favor (¡y no es flaco favor!)  que la propuesta nace del  ministro Wert. Hagamos el esfuerzo de olvidarlo. Porque, además, los defensores de 4+1,  discurren cabalmente, que  3+2 es más gravoso que 4+1 y por tanto quebranta la equidad. Un argumento contundente.
Contundente sí, pero no insoslayable. España tiene un sistema de becas y financiación muy débil. Es ahí donde hay que cambiar las políticas. El recorte de becas y el incremento de tasas universitarias están en la base de la protesta contra la reforma. Wert  no puede quejarse porque ha actuado como un bombero pirómano.
Aunque, para acabar de ser sinceros, tengo para mí que  ninguna política de becas, por sí sola y por generosa que sea, será capaz de  de dar solución a la polémica y, en el fondo,  a la otra cara de la moneda que es financiación universitaria. Deberá ser el propio estudiante el que alargue a la vida laboral futura la financiación de sus  estudios universitarios. Eso contribuirá a además a clarificar la abigarrada oferta universitaria. Pero esa es otra historia