Después de ver las
las candidaturas para las elecciones generales y autonómicas
se hace inequívoco el pacto previo cocinado entre la dirección
federal del PSOE y la dirección del PSPV. Quien lo dude no tiene
más que ver el reparto equitativo de nombres incluidos en ellas. El reparto "familiar" y la adscripción a concretas agrupaciones de los integrantes de las candidaturas es muy llamativa. "Canta como la hostia" que diría un castizo
No es menos
llamativo el listado las grandes agrupaciones y de los nombres excluidos. Porque hay excluidos
del pacto: son, sobre todo, los alcaldes y alcaldesas que ganan
elecciones municipales con mayorías abrumadoras. Son esos a los
que la dirección regional confía el granero de votos y en los que
Puig fundamenta su legitimidad como candidato a la Presidencia y como Presidente de la
Generalitat.
Los barones
territoriales con poder tenían clara una cosa: no les convenía
que las elecciones en las que exponían sus cargos regionales
coincidieran con las generales en las que Pedro Sánchez sometía a
juicio su corta y serpenteante política al frente del gobierno.
El
caso de Andalucía estaba demasiado cercano como para ignorar los
resultados habidos. Cuando se quebró la mayoría de la moción
de censura que le llevó a la Moncloa y Sánchez fue obligado a
convocar elecciones, parecía que lo barones con mando en plaza
habían conseguido su objetivo.
Y entonces pasó:
Ximo Puig adelantó las autonómicas valencianas un mes y dejo a
mucha gente boquiabierta. En una pirueta
de triple mortal con tirabuzón, se apeó de la convicción general. Así, sin más, sin
anestesia, a lo bruto. A la valenciana: pensat y fet. Desde la oposición
en les Corts y desde los propios socios del Govern la decisión fue
tachada de electoralista.
¿Qué había pasado? Tengo dos
convicciones :
Una: No creo en las
razones de protección de los intereses valencianos que invoca el President. Razones que nunca explicitó. Y si existieran sería notable que los demás barones no
las hubieran visto. Además, no puede argumentarse una urgencia
que no puedan esperar un mes.
Otra: Creo que, en
realidad Puig no adelantó las elecciones sino que se las
adelantaron. De otra manera, se
las adelantó Madrid,
porque Ferraz sí tiene una buena
razón: Necesita imperiosamente, con las generales convocadas,
imponer la paz en los territorios. Y tratar de apagar o al menos
controlar el incendio que el sanchismo prendió y alimentó con su
estrategia de “tierra quemada” en las primarias del
renacido.
Esa estrategia dejó
la organización partida en dos mitades. En
los primeros meses la nueva dirección federal,
se afanó
en hacer la brecha cada vez
más amplia y profunda
sosteniendo de matute un
pensamiento simple y
maniqueo que a tanta gente
nos ofendió. Y se
afanó también con empeño en un indigno propósito: estrechar la democracia interna mediante un dudoso Reglamento
Federal de Desarrollo de los Estatutos que en
realidad es un tratado de cómo controlar mayorías líquidas y despreciar por incontrolables las razones de
los disidentes. ¡Qué
pereza tener que explicar que la democracia no consiste sólo en
votar y que razones del voto responsable son inseparables del voto mismo!
Cuando
se precipitan las elecciones
generales,
alguien cae en la cuenta que un partido fracturado y desunido tiene
más difícil alcanzar una victoria
por pírrica que sea. Es
tiempo de hacer candidaturas y templar gaitas. Hay
dos territorios estratégicos: Andalucía y País Valencià
En
Andalucía, una debilitada e
inerme Susana Díaz, decide pactar las listas a las generales donde , lógicamente aterrizan paracaidistas procedentes de los ministerios.
Pero
en Valencia y para las regionales quizá la estrategia no
funcione impunemente. Porque, avisados por Ábalos
que es buen conocedor del ecosistema, probablemente el voto sanchista tenga
dificultades para imponer sin escándalo sus candidatos. Lo
más prudente, debieron pensar en Ferraz,
sería pactar
las candidaturas de ambas
elecciones con la dirección regional.
Pero se trató, inevitablemente, de un pacto
entre fenicios. Un pacto que
precisa de garantías . Y
sólo encontraron una forma de avalar el acuerdo y las candidaturas
acordadas:
que
ambas elecciones que se celebraran juntas.
Puig debió discurrir que, en realidad, no arriesgaba nada en el envite. Conseguía
asegurar
buenos lugares en las listas
para sus añejos incondicionales. Y
además podría repartir entre dos la responsabilidad un
posible y hasta probable mal resultado que el CIS ha predicho en alguna ocasión. Vistas
así las cosas, se
podía aceptar la apuesta. Y
la aceptó. Y así le convocaron las autonómicas.
Quizá no sea del todo exacto que Puig no arriesgó nada. Verán, Puig no es una barón indiscutible en Valencia. Y
quienes puedan discutirle su baronía son algunos de los excluidos. Ésos a
los que hacía mención al principio. Para ellos parece haber en su inmediato futuro un camino seguro: revalidar el tamaño de sus
apoyos municipales.
Pero a partir de entonces, quizá el PSPV les exija además otro reto : forjar una alternativa menos líquida y fenicia.
Pero a partir de entonces, quizá el PSPV les exija además otro reto : forjar una alternativa menos líquida y fenicia.