12 jul 2012

La conjura de los idiotas


El título,  una apurada e incompleta mezcla de viejas lecturas y cine francés,   nada tiene que ver con lo que, a continuación, se dice.  Pretende cumplir el  papel de panal (...de rica miel) para atraer hasta aquí  más miradas que las que un título más justo o el nombre de su autor podrían concitar. Perdonen ustedes. Pero ya que están aquí,  quédense un rato. Procuraré ser breve.
Pretendo hablar de Alfredo Pérez Rubalcaba. Ya sé que es un tema de atractivo desigual. Si no le interesa nada, éste es el momento de abandonar.  Hablar de Rubalcaba , en estos dudosos tiempos, es tanto como hablar de la soledad creciente. Pero a la vez es hablar  de alguien que cree -¡ y yo  lo creo, también!- estar haciendo  la política que precisa el país y  el tipo de oposición  que ahora  toca al PSOE.
A raíz de debate del día 11 de julio en el Congreso,  sobre la nueva orgía de medidas que el gobierno de Rajoy va a perpetrar  en este país, se armó un buen revuelo . Y se provocó un notable rechazo. Justo, esperado e inevitable rechazo  que ha soliviantado al personal hasta límites que oportunamente recogerá la demoscopia.
 Pero tampoco pasó  inadvertido  lo dicho por  el jefe de la leal oposición. Muchos han visto en el discurso de Rubalcaba  una  cierta tibieza y flojedad que rayaba la indolencia y el entreguismo. De nada sirvió que mostrara claras diferencias en política fiscal y económica, que aplazara para otras ocasiones  debates y medidas enjundiosas que el escaso tiempo convertiría en una relación de buenas intenciones. El sonsonete "... y por qué no las puso en práctica cuando estaba en el gobierno"  le diría el grupo mayoritario para complacencia  propia, subrayado de CiU y asentimiento cómplice y mudo del alma primaria del PSOE.   Y, por qué no decirlo,  para justa satisfacción de la izquierda parlamentaria. 
Intuitivamente sostengo que en cada persona coexisten y, algunas veces, en serio conflicto un yo apasionado, visceral, primario y  caliente,  con otro yo  más cerebral, más racional y de alma llanera. No sé si hay  teoría antropológica o psicológica que  sostenga tal intuición. Si no la hay debería haberla; se non è vero, è ben trovato.
En el  PSOE siempre estuvieron presentes estas dos hemipersonas. Sus más notables paradigmas son Largo y Prieto primero, Guerra y González, después. Es constatable que  de forma matizada  hoy conviven las dos almas. Una, la más visible, mayoritaria y tradicional que representó ZP durante un tiempo y que hoy,  remozada, mediática y chipiguay, representan Chacón y sus terminales mediáticas.  Otra,  la del cerebral, austero, sobrio y, dizque, ladino Rubalcaba. Ya sé que les han contado otra cosa, pero créanme, es así, como se lo cuento: lo antiguo es Chacón. Rubalcaba no es la leche en bote pero  es una oportunidad de  aggiornamento. ¡O  así lo veo sólo yo,... que puede ser también!
 Algunos de los antiguos disponen planes, desde esta hora,  para ganar lo que perdieron en el Congreso de Sevilla. Han empezado por filtrar un supuesto malestar interno que las terminales multiplican y, si necesario fuera, mienten.   Pronto veremos cómo crecen o aparentan crecer. Será así  porque nada entusiasma tanto  a los socialistas españoles como un buen  maniqueo. Si como prueba se  esgrime el incremento en intención de voto que las encuestas vaticinan para las opciones de mensaje claro y contundente (y primario)  como IU y UyPD ya tenemos una hoja ruta brillante, definida y creíble.  Llevar al PSOE  a esos debates extemporáneos es una tradición y, por tanto,  una prueba por la que antes o después pasará Rubalcaba. Es inevitable, pero... ¡podían esperarse un poquito, coño!
Hace tiempo que este país está metido en una espiral de infortunios  económicos , sociales y generacionales,  atrapado entre el poder creciente del dinero y un declinante poder político.  Entiendo que el espectáculo invita a respuestas contundentes, apasionadas y primarias. Entiendo que la pasión  suma fácilmente adeptos a  la causa.
 Pero temo que sea una causa perdida si no se adereza de un mínimo de inteligencia. Mostrar oposición fundamentada,  cuando sea la ocasión de diferenciar políticas y soluciones,  y  cercanía al gobierno en los  temas que, ya sea como finalidad o como estrategia,  interesan a todo el país,  no  debería ser  interpretado más que como lo que es,  un signo de  madurez política y  una forma -¡otra más!-  de diferenciar un tipo de hacer  oposición de aquella que sufrió el PSOE.  Y, además, un retorno a la madurez y credibilidad. Esa madurez y  credibilidad que tanto dilapidaron los años en que ZP abjuró del alma llanera y se abandonó  a gobernar (¡o como se diga!)  fiándolo todo al  alma rubia,  primaria y chipiguay. Y antigua, además.