3 mar 2013

La Ley Wert y la rotura del pacto constitucional



Asistí , escéptico pero interesado,  a la Jornada  sobre Educación organizada por el PSPV el día 2 de marzo .
 Mi escepticismo se basa en una  experiencia larga. Estas cosas se resumen en la asimetría entre los que hablan y los que escuchan. Unos parecen destinados a exponer  sus prejuicios (¡no se interprete de forma peyorativa, por favor!) y  defender sus decisiones. Los otros se limitan a llenar el local y aplaudir; o, en el mejor de los casos como ocurrió en esta ocasión, a "preguntar" sin posibilidad de contradecir,  argumentar a contrario o proponer otro discurso.  Mi escepticismo no se vio defraudado.
El interés por los temas educativos al que me obliga mi propia biografía se abonaba con  la presencia de un ex ministro como  A. Gabilondo  y la asistencia de una socialista andaluza de rompe y rasga como  la consejera Mar Moreno.
Gabilondo es un  tipo afable y un conferenciante inteligente y ameno;  sería peligroso  ser catedrático de Metafísica , profesor de Teodicea y Hermenéutica y además aburrido.  No es el caso; Gabilondo conoce como pocos la Retórica y conjuró el peligro fácilmente. Por lo demás siguió el guión: defendió sus ideas, sus reformas, sus intentos de consensuar una ley educativa perdurable basada en la coexistencia de una "triple red educativa" razonable, donde la enseñanza pública sea hegemónica y las otras subsidiarias. Lamentó, como todos los presentes, la reforma propuesta en la Ley Wert tan preñada de intenciones  ocultas como inconfesables.
Los demás también seguimos el guión. Asentimos muchas veces, disentimos algunos alguna vez  y aplaudimos como era de rigor. Pero  sin esfuerzo:  aplaudimos sin esfuerzo porque, como ya he dicho,  Gabilondo es un tipo ameno.
 Seguí el  guión hasta el final,  escribiendo una "pregunta" que fue leída  al conferenciante por el moderador;  de forma lamentable, por cierto. La pregunta , por supuesto, no fue respondida  porque  no se puede pretender  que el conferenciante responda a treinta o cuarenta preguntas en quince minutos. Un esfuerzo de síntesis así no se puede pedir a nadie. Ni a Gabilondo.

Lo que no pude discutir con el ex ministro pretendo resumirlo mucho  en esta entrada.
 Hablo de discutir  en el sentido más literal; pretendo apuntar un "discurso"  radicalmente distinto.  Seguramente es necesario aclarar que "radicalmente" también  lo empleo de manera literal:  mantengo una tesis de raíz distinta y, a día de hoy, distante.

Me explico y acabo. El presente, la situación actual, es consecuencia del pasado, de la historia. ¡Ya sé que es una obviedad pero,  en este país,  es particularmente cierto. Y los últimos treinta años se forjaron, esencialmente,  en la  transición democrática.  Ni es momento de valorarla ni yo sabría hacerlo con el rigor que la empresa merece.
A nadie se le escapa que esa concreta  transición fue posible gracias a los pactos constitucionales ¿Era posible otra transición? Quizá sí, pero eso  es materia especulativa y  un preferible histórico que nos lleva a la nostalgia.
Esos pactos están rotos. No quiero ocultar que el cambio constitucional perpetrado por ZP y Rajoy para limitar el déficit y hacer de la devolución de la deuda una prioridad por encima de los derechos civiles fue una primera pedrada; y de paso un "favor envenenado" al candidato socialista.  Pero Rajoy y su  gobierno han entrado como elefante en cacharrería y al socaire de una mayoría electoral, más sobrada de poder que de votos, acabaron  con  delicados equilibrios en el mercado laboral, en el ámbito sanitario, en el régimen contributivo y en la seguridad  social.
El pacto educativo   procuraba una escuela  pública hegemónica coexistiendo con una red privada que, entonces, se quiso subsidiaria.  Se han echado encima treinta años  y hoy  tenemos dificultades para identificar el modelo proyectado entonces. La ley  Wert lo enterrará definitivamente.

El socialismo democrático español está obligado a dar respuesta. Y la  ruptura del pacto le permite dar una  respuesta en profundidad. Le permite recuperar los pelos  que se dejó en la gatera de la transición y hacer una propuesta que contemple su  modelo; el modelo  de escuela  única, pública y laica. De la escuela que tenga como finalidad hacer efectiva la igualdad de oportunidades. La  red privada debería ser sometida a la inspección y homologación por el estado,. Es decir,  por la escuela  pública. Sólo así sería  posible su negocio. Si es que en esas condiciones era negocio.

El cambio precisaría de dos procesos electorales y un referendo . Por economía de procedimientos y ya que nos habríamos puesto al tajo no vendría mal revisar  el modelo de estado en su sentido más amplio, devolver la cuestión religiosa exclusivamente al  ámbito privado,  salvaguardar  una potente sanidad pública y tratar de poner el modelo económico al servicio de la gente.