José Luis Rodríguez Zapatero tiene un empeño personal en pasar a la historia de España como el presidente que liquidó el problema del terrorismo vasco. Les ha ocurrido a todos, desde Adolfo Suárez hasta José María Aznar. Los ex presidentes se arriesgaron a sentarse a una mesa con los representantes de los asesinos de casi mil españoles.
En todos los casos, los límites de la negociación se exploraron con la disposición de quien sabe que el premio de la paz hace posible suturar algunas concesiones difícilmente digeribles para los ciudadanos. Pero en todos los casos, hasta ahora, se ha demostrado que el oficio de matar no se disuelve sin algún tipo de pretensión política de quien lo ejerce. No ha habido un presidente de Gobierno español que haya encontrado una fórmula en la que la dignidad imprescindible del estado y el cumplimiento de la ley puedan dar cabida a las pretensiones de los asesinos para dejar de serlo.
La negociación en los términos que ha sido planteada por Zapatero es muy compleja. Si el Gobierno y el PSE han aceptado que coexistan dos mesas, la política con Batasuna y la técnica, con ETA, el acuerdo con Rajoy es metafísicamente imposible toda vez que el PP entiende que una negociación política con Batasuna, si previamente ETA no se ha disuelto, es una negociación política encubierta con la organización terrorista, toda vez que está demostrado que Batasuna no es cosa distinta que un apéndice subordinado de ETA.
El pulso se lo está echando ETA al Gobierno porque probablemente nadie le ha dicho, susurrándoselo al oído en una reunión secreta, que la nación española nunca se podrá permitir el lujo de celebrar con ETA o con sus testaferros una negociación con contenido político, como condición de que ETA se disuelva. Y así las cosas, es imposible que Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero puedan acordar nada porque no están de acuerdo en nada. Otra cosa es que la discrepancia del PP se manifieste dentro de los cánones del comportamiento democrático, sin desgastar al Gobierno en su capacidad de conducir la lucha contra el terrorismo y sin deteriorar las instituciones. A esto es a lo máximo que hoy por hoy puede aspirar Zapatero
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