He estado estúpidamente ocupado. O, al menos, eso me
pareció. Y he sido doblemente estúpido 
por creer que podía esperar hasta 
ahora  mi modesto adiós a  Lynn Margulis.
Ha fallecido a los 73 años  una de las figuras más
importantes  de la ciencia contemporánea,
una mujer  (no me perdonaría que no
resaltara el género)   que contribuyó a
desvelar  un salto evolutivo trascendental
para la vida en este planeta: la aparición de células eucariotas gracias a la
 cooperación y las relaciones simbióticas de entidades simples.  Acabó, así y de forma definitiva,  con una visión
estereotipada y falsa del hecho evolutivo como  resultado únicamente  de la pugna desigual entre débiles
y fuertes, de la consecuencia de una naturaleza despiadada de sangre en dientes
y garras. 
A los  16 años  se matriculó en la Universidad de Chicago  donde se licenció,  cuatro años más tarde, adquiriendo según ella
misma dijo   un título, un marido  fugaz, el
astrofísico Carl Sagan, con el que tuvo un hijo y un brillante colaborador,  y, sobre todo 
el  escepticismo crítico.  Tempranamente
se instaló en la incomodidad  de criticar
y dudar de todo, algo que tampoco hubiera incomodado a K. Marx pero que resulta excesivamente
audaz para muchos marxistas. 
Fue brillante y polémica, con una especial habilidad  para  provocar y sacar
de quicio a  sus colegas, genetistas,
ecólogos, neodarwinistas, químicos y en fin, a todos los que trataban sobre lo
vivo y su origen. Apoyó decididamente la idea de Gaia de J.  Lovelock que algunos “puros” calificaron de
mística. 
Miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados
Unidos  y de la Academia Rusa de las Ciencias. Doctora honoris causa por numerosas
universidades y, afortunadamente,  también
por las  Autónomas de Madrid y Barcelona,
por la de Vigo y Valencia.  Visitó
numerosas veces este país, donde desarrolló una intensa labor científica y
docente, no en balde conocía el español a la perfección.
 Lynn Margulis es  un espejo 
enorme donde los  jóvenes
investigadores pueden verse de cuerpo entero. De ella aprenderán, además de la
tenacidad y la audacia especulativa, que los dogmas quizá funcionen en las
religiones, pero no tienen sitio en la ciencia. 
 
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Un detalle complementario: con Carl Sagan, tuvo dos hijos: Dorion y Jeremy. Suena más el nombre de Dorion, porque es coautor de libros de divulgación con su madre, pero no hay que olvidar a Jeremy. Además, de su segundo marido tuvo a Jennifer y Zac Margulis. En total, cuatro.
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