Asistí , escéptico pero interesado, a la Jornada
sobre Educación organizada por el PSPV el día 2 de marzo .
Mi escepticismo se
basa en una experiencia larga. Estas
cosas se resumen en la asimetría entre los que hablan y los que escuchan. Unos parecen
destinados a exponer sus prejuicios (¡no
se interprete de forma peyorativa, por favor!) y defender sus decisiones. Los otros se limitan a
llenar el local y aplaudir; o, en el mejor de los casos como ocurrió en esta
ocasión, a "preguntar" sin posibilidad de contradecir, argumentar a contrario o proponer otro
discurso. Mi escepticismo no se vio
defraudado.
El interés por los temas educativos al que me obliga mi
propia biografía se abonaba con la
presencia de un ex ministro como A.
Gabilondo y la asistencia de una
socialista andaluza de rompe y rasga como la consejera Mar Moreno.
Gabilondo es un tipo
afable y un conferenciante inteligente y ameno; sería peligroso ser catedrático de Metafísica , profesor de
Teodicea y Hermenéutica y además aburrido.
No es el caso; Gabilondo conoce como pocos la Retórica y conjuró el
peligro fácilmente. Por lo demás siguió el guión: defendió sus ideas, sus
reformas, sus intentos de consensuar una ley educativa perdurable basada en la
coexistencia de una "triple red educativa" razonable, donde la
enseñanza pública sea hegemónica y las otras subsidiarias. Lamentó, como todos
los presentes, la reforma propuesta en la Ley Wert tan preñada de
intenciones ocultas como inconfesables.
Los demás también seguimos el guión. Asentimos muchas veces,
disentimos algunos alguna vez y aplaudimos
como era de rigor. Pero sin esfuerzo: aplaudimos sin esfuerzo porque, como ya he
dicho, Gabilondo es un tipo ameno.
Seguí el guión hasta el final, escribiendo una "pregunta" que fue
leída al conferenciante por el moderador;
de forma lamentable, por cierto. La
pregunta , por supuesto, no fue respondida
porque no se puede pretender que el conferenciante responda a treinta o
cuarenta preguntas en quince minutos. Un esfuerzo de síntesis así no se puede
pedir a nadie. Ni a Gabilondo.
Hablo de discutir en el sentido más literal; pretendo apuntar un
"discurso" radicalmente
distinto. Seguramente es necesario aclarar
que "radicalmente" también lo
empleo de manera literal: mantengo una
tesis de raíz distinta y, a día de hoy, distante.
Me explico y acabo. El presente, la situación actual, es consecuencia del pasado, de la historia. ¡Ya sé que es una obviedad pero, en este país, es particularmente cierto. Y los últimos treinta años se forjaron, esencialmente, en la transición democrática. Ni es momento de valorarla ni yo sabría hacerlo con el rigor que la empresa merece.
A nadie se le escapa que esa concreta transición fue posible gracias a los pactos
constitucionales ¿Era posible otra transición? Quizá sí, pero eso es materia especulativa y un preferible histórico que nos lleva a la
nostalgia.
Esos pactos están rotos. No quiero ocultar que el cambio constitucional perpetrado por ZP y Rajoy para limitar el déficit y hacer de la devolución de la deuda una prioridad por encima de los derechos civiles fue una primera pedrada; y de paso un "favor envenenado" al candidato socialista. Pero Rajoy y su gobierno
han entrado como elefante en cacharrería y al socaire de una mayoría electoral, más
sobrada de poder que de votos, acabaron con delicados equilibrios en el mercado laboral, en
el ámbito sanitario, en el régimen contributivo y en la seguridad social.
El pacto educativo procuraba una escuela pública hegemónica coexistiendo con una red
privada que, entonces, se quiso subsidiaria.
Se han echado encima treinta años y hoy
tenemos dificultades para identificar el modelo proyectado entonces. La
ley Wert lo enterrará definitivamente.
El socialismo democrático español está obligado a dar respuesta. Y la ruptura del pacto le permite dar una respuesta en profundidad. Le permite recuperar los pelos que se dejó en la gatera de la transición y hacer una propuesta que contemple su modelo; el modelo de escuela única, pública y laica. De la escuela que tenga como finalidad hacer efectiva la igualdad de oportunidades. La red privada debería ser sometida a la inspección y homologación por el estado,. Es decir, por la escuela pública. Sólo así sería posible su negocio. Si es que en esas condiciones era negocio.
El cambio precisaría de dos procesos electorales y un referendo . Por economía de procedimientos y ya que nos habríamos puesto al tajo no vendría mal revisar el modelo de estado en su sentido más amplio, devolver la cuestión religiosa exclusivamente al ámbito privado, salvaguardar una potente sanidad pública y tratar de poner el modelo económico al servicio de la gente.
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