La periodista de Cuatro Marta Nebot dijo no saber interpretar, tal era su pasmo, la agresión sufrida por parte de José María Aznar cuando, ante las cámaras, éste le introdujo un bolígrafo en el canalillo de su escote. Es natural que la informadora, que se hallaba trabajando en ese instante, tardara un poco en sacudirse la perplejidad, pues de un ex presidente del gobierno, incluso de ese, mal podría esperarse una acción personal tan vil, impropia incluso de gentes marginales, pero a día de hoy tanto la periodista como el conjunto de sus conciudadanos han sabido interpretar ya el suceso adecuadamente.
Ese ciudadano español que sirve a intereses extranjeros, que ya los sirvió en perjuicio de sus compatriotas cuando se embarcó en la guerra e invasión de un país que no nos había hecho nada, y que continúa sirviéndolos con sus asesorías y conferencias no importa si lesionando la imagen del gobierno legítimo de España, ese ciudadano, digo, es experto en introducir objetos indeseables en el organismo personal o social de sus semejantes. A Marta le metió, violando gravemente el espacio sagrado de su persona, un bolígrafo entre los senos, pero al resto de los españoles les metió en su día por otro sitio, violando gravemente también otro espacio sagrado, el de la democracia, la decisión de provocar una guerra que se ha cobrado ya la vida de cientos de miles de personas y que tuvo el 11-M consecuencias funestas para los inocentes que aquella mañana se dirigían en tren al trabajo.
Ese ciudadano del que acabamos de saber que compró un ático en uno de esos edificios ilegales de la Marbella malaya, merece por lo de Marta y por tantas otras cosas la calificación que cada cual quiera darle, pero no, en ningún caso, la de ciudadano.
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