El sábado Rubalcaba fue proclamado candidato del PSOE a la presidencia del gobierno a partir de las próximas elecciones. Su discurso, en el acto de proclamación del Palacio de Congresos, me enganchó desde el principio. Y, aunque estaba sólo, arrancó mi aplauso en más de una ocasión. Tenía delante de mí, después de mucho tiempo, la imagen de un candidato con un discurso coherente y comprometido con valores profundamente democráticos.
Rubalcaba no habló del PP. Salvo chispas de sal sólo mencionó a Rajoy y al PP para establecer el mínimo común denominador que permiten y obligan las formas democráticas. Tuvo, en ese sentido, el buen gusto de no gritar ni soltar alaridos, de no reforzar sus convicciones con gestos estudiados, de no acudir a lugares comunes y de no tomarme por imbécil. No disimuló sus dudas ni su confusión. Se empeñó en explicar y, en el camino, no negó que las cosas complicadas no tienen explicaciones sencillas.
Hoy he recibido una carta en la que pide mi colaboración porque no está escrito y decidido en futuro y desde luego porque no vamos a aceptar que el resultado de esta crisis sea una sociedad más injusta, insolidaria y excluyente.
Me gusta que el candidato considere que necesita a los militantes. A todos los militantes. Que precisa de todo el PSOE, sin segregaciones de nuevas vías y viejas guardias. Que, como yo, echa de menos un partido que sea algo más que una agencia de publicidad y una caja de resonancia de ocurrencias más o menos afortunadas. Valoro en lo que vale que el candidato considere de nuevo que el PSOE es una organización donde se puede hablar, discutir, acordar y discrepar. Aprecio en lo que vale que crea, como yo también, que es el marco donde quizá se pueda destilar la voluntad colectiva y mayoritaria de la izquierda en este país. Me admira que conozca los referentes históricos e ideológicos, que distinga entre estrategia y táctica y que los programas sean algo esencial en su candidatura y no un engorroso y anticuado trámite.
Me enorgullece -¡he tratado de buscar otro verbo, pero… éste es el que mejor describe mi ánimo!- que en su discurso haya habido proyectos políticos, propuestas de debate, voluntad de integración y ausencia de dogmatismo.
Con anterioridad ya ocurría, pero desde el sábado los argumentos ad hóminem se han redoblado desde la derecha y la ultraderecha. Pero también desde la pretendida única izquierda. Y otra vez, las descalificaciones han resultado sospechosamente coincidentes. Son muchas y muchas de ellas estúpidas.
La más necia es la que se resume más o menos así: “todo eso está muy bien pero… cómo es que eso no lo dijo antes o no lo hace desde ahora mismo”. Como digo es bastante estúpido pretender mantener este “argumento” como prueba de incoherencia. La razón, querido Cayo Lara, es fácil de entender.
Rubalcaba no es ZP. Zapatero es el presidente del gobierno y Rubalcaba es un ministro nombrado para desarrollar una política dirigida e inspirada por ZP. Rubalcaba es un ministro leal. Pero la lealtad es perfectamente compatible con la discrepancia.
No todo lo que dijo me gustó. Incluso dijo cosas con las que no estoy en absoluto de acuerdo. Me dispongo a escribirlo aquí. Y así contribuir modestamente a la tarea que Rubalcaba tiene por delante.
Nota. Una de las cosas que no me gusta es la propuesta de modelo electoral A Rubalcaba le gusta mucho el alemán.
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