Por más que prejuicios interesados lo nieguen, ZP hizo cosas
bien. Una de ellas fue acabar con la descabellada política de Aznar en lo
relativo al País Vasco. La violencia
latente que subsistía en sus primeros años de gobierno amainó con y tras su paso por la Moncloa. Al fin la política
adecuada no era negar la realidad. Antes al contrario, el presidente Zapatero y su grupo parlamentario dieron marchamo de normalidad a la normalidad
constitucional. El democrático
rechazo al Plan Ibarretxe en el Congreso, el gobierno socialista de Patxi López y el
acoso policial y político a ETA hicieron
el resto.
Las tensiones territoriales no acabaron entonces, pero
entraron en cauces políticos y sólo
políticos. Y ahora la tensión renace en Cataluña. No vale decir que renace al
amparo de la crisis económica. Aunque es posible que alguna relación haya.
El independentismo es una posición política. Quienes la
mantienen son personas respetables per
se, pero también porque no hay otra alternativa inteligente y razonable que el respeto. La descalificación gratuita y el
insulto sólo hacen más atractivos los banderines irracionales de enganche a una
idea; incluso a una idea poco plausible. Es un hecho constatable que siempre
que el estado lo gobierna la derecha con las manos libres crea esos banderines
de enganche y vuelven a la primera línea las cuestiones
identitarias (¡horrible palabro!)
Cataluña es una realidad nacional; estoy seguro. La avalan razones históricas, culturales, económicas , lingüísticas
y de otros tipos. Y de todos los tipos a la vez. Nadie como Cataluña tiene otras
razones además, menos profundas e importantes, quizá, pero más inmediatas: las pueriles campañas que,
a costa de Cataluña y los catalanes, la ultraderecha política, sociológica y mediática
han destinado a sus hoolligans. Las falsedades difundidas contra su economía, contra su cultura y su
lengua, sus formas de organización, sus
dirigentes y contra sus líderes sociales han actuado como la lluvia fina en
campos ya abonados.
La enorme
manifestación habida en Barcelona en
defensa de la independencia es un hecho que nadie pude negar ni convertirlo en
algarabía. Ni puede ser ignorado colocándose
de perfil o calificándolo interesadamente. El hecho ha dado definitivamente marchamo de alternativa. La independencia es
una alternativa para Cataluña. También estoy razonablemente seguro.
La cuestión es decidir si es la mejor alternativa o, por el contrario, existen otras mejores y posibles. A decir de
las agencias de demoscopia, la sociedad catalana se divide en dos mitades
cuando se les pregunta por la independencia. Es sólo un dato. Pero no se puede ocultar ni
soslayar, es una realidad a la
que hay que dar respuesta. Quizá no sea solución ni se trata de dar
satisfacción a una mitad a costa de la otra mitad. Se trata de resolver un
problema político y real para, al menos,
unos cuantos años. O para siempre
Volvamos por un momento a la rabiosa actualidad. El
M.H. President Mas ha tratado de sacar ventaja de la
situación. Utilizó la manifestación como argumento frente al más que posible NO a su pretendido pacto fiscal. Y
cuando se consumó, utilizó la negativa
para disfrazar su escaso acierto gubernamental y darse una salida a base de elecciones. Mas se ha buscado un problema muy
serio: deja a Convergencia sin alternativa para la campaña electoral: proponer la
independencia sí o sí.
Y la independencia tiene dificultades; y algunas, a Mas, le parecerán insuperables ¡Cómo se ha podido meter en ese lío de forma tan gratuita!
Y la independencia tiene dificultades; y algunas, a Mas, le parecerán insuperables ¡Cómo se ha podido meter en ese lío de forma tan gratuita!
Hoy y aquí, la independencia no es una alternativa cómoda. Pero obliga a todos los demás a dar respuesta a la cuestión catalana. La derecha y en particular el PP ha apelado a la constitución como freno a las
pretensiones independentistas. Me parece
un error. No se puede, en buena lógica, responder con argumentos de
coherencia constitucional a quien pretende cambiar la Constitución. Quiero decir que no se puede driblar la
cuestión a cuenta de la actual imposibilidad constitucional de someter a
consulta de los catalanes la existencia de un estado catalán. Pero el debate ahora es preguntarse si merece la pena cambiar
la Constitución para permitir esa consulta. El PP, aliado parlamentario de Mas,
tiene sólo una respuesta legal. No tiene respuesta política. En resumen, el PP no tiene respuesta.
¿Y el PSOE? Pues... ya se verá. Rubalcaba economiza ladinamente su respuesta. Ha adelantado que "la palabra federal no
le resulta extraña ni molesta". El
Primer Secretario del PSOE parece dibujar un camino largo sin duda, pero también ancho y despejado que constituye
una verdadera alternativa: el federalismo. Nada nuevo; al final es la vieja alternativa del socialismo español. Y sobre todo, la alternativa del PSC.
La alternativa de un partido
catalanista, con base laborista y amplio apoyo en las clases medias.
Dar encaje a Cataluña en una España Federal es una
alternativa real y quizá aventajada al independentismo. Es una alternativa a la que el nacionalismo
catalán, vasco y gallego podrían
agarrarse.
Pero no es algo inmediato.
Salvado el denominador común de los derechos fundamentales, sólo se puede
preconizar un federalismo asimétrico y dinámico en el que las nacionalidades encuentren su
forma de ser parte del Estado Federal.
El federalismo y el federalismo asimétrico requiere de
cambios constitucionales muy profundos. Pero no hay que inventar nada , sólo hay que mirar alrededor y aplicarse el
cuento.
Yo -¡y sólo por comprometerme!- soy de los que cree que resolver un problema
exige un cambio constitucional ese cambio debe producirse. Aunque sea a costa de un largo tiempo de
cambios.
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