Jorge Alarte ganó el congreso de su nombramiento como secretario general por poco. Una victoria por la mínima es una victoria suficiente y, además, no hacen falta mayorías búlgaras para legitimarse en democracia. Desde aquel septiembre de 2008 se impuso una calma chica en el interior del PSPV y, gracias a ella, podría nuestro Jorge haberse dedicado a difundir su mensaje de salvación de la izquierda valenciana. Y no puede decirse que le fallaran las fuerzas, lo que le falló fue el mensaje.
No había mensaje. O -por ser más claro- Jorge no tenía nada que decir. Ya lo había demostrado en el proceso congresual: La ponencia marco que servía de base a aquel congreso era de una inanidad indiscutible, una castaña infumable en la el debate de mayor calado lo suscitó el nombre del partido y el impreciso “giro al centro”. Esa ponencia no mereció, que yo recuerde ni una sola enmienda, por su parte o sus partidarios. Esta actitud de J.A. confirmaba un cierto desprecio (¡… un desprecio cierto!) por los aspectos teóricos y, sobre todo, una miopía considerable e impropia de del “dirigente joven aunque sobradamente preparado” que cree ser.
Y a falta de discurso (en el que nunca creyó) se refugió en la imagen y en jugar a la contra. Como los entrenadores de equipos pequeños le dio el balón al contrario con la secreta esperanza de “robar y salir al contragolpe” (¡dicho sea lo de robar en términos deportivos, que hay mucho susceptible!).
La obsesión por la imagen le llevó a ser previsor y se construyó varias. A veces se viste de “Obama” (hay quien dice que para ciertos pasquines se oscureció la piel), otras prima el hombre de humildes orígenes que se ha hecho a sí mismo, no pocas aparece que añora no haber estado en Paris 68 y, -¡no podía faltar!- el hombre de estado ante el que palidece Churchill. Lo malo de tener varias imágenes y querer utilizarlas todas, y a la vez, es que crea una confusión superlativa entre los ciudadanos que acaban por no saber quien les habla.
Si además no saben de qué se les habla cuando les habla y a un mensaje le sigue inmediatamente otro que lo desmiente, la confusión acaba en un desconcierto monumental. ¿Cuántas veces ha sostenido Alarte una cosa y la contraria pero con idéntica voz engolada? ¿Cuántas veces habló de lo intrascendente pero con gesto de gravedad fingida? ¿Cuántas veces calló por un puñado de votos ajenos? ¿Cuántas veces ha vendido humo? ¿Cuánto humo ha vendido? ¿Por qué dejó en manos de un delegado de gobierno sus propias obligaciones? ¿Cuántas propuestas –¡no brindis al sol!- hechas por PSPV en los últimos años es capaz de recordar ahora un ciudadano o un, incluso un dirigente? ¿O, sin ir más lejos el propio J.A.? Con estas preguntas nos hemos plantado en las elecciones, sin que las expectativas hayan mejorado ni un poquito.
Pero J.A. y el PSPV tienen una larga experiencia en procesos de designación de candidatos. Ahí los JASP de Blanquerías, ante lo que parece una derrota electoral sin paliativos, han vuelto a las formas que tantos disgustos han causado a su base electoral: han puesto en marcha la centrifugadora de votos. Hasta los más cegatos han avistado que los próximos años serán también años de plomo y de sequía y, llevados por un estúpido y estrecho sentido de supervivencia, han decidido repartirse la miseria. Las propuestas de candidatura para las elecciones autonómicas parecen dictadas por el enemigo. Porque parece bastante estúpido acumular errores y al hecho de no conseguir adhesiones se le acumula la estulticia de fraccionar los apoyos. J.A. no se conformará con su fracaso porque tiene a mano el desastre total.
Los ciudadanos y su base electoral seguiremos lamentando este PSPV de los renovadores de la nada. Y seguiremos al PSPV renovado. A un partido con marcos conceptuales claros, con propuestas que nacen de análisis políticos serenos y que conforman una voluntad colectiva indudable, con un sujeto social identificable y con dirigentes que hagan honor a ese nombre.
Seguiremos esperando porque no tenemos alternativa. Porque negamos la existencia de un sino inevitable. Porque sabemos bien que “no todos son iguales”, pero lamentamos que hay gente que se empeñe en desmentirlo.
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