Zapatero sostuvo, en su último debate sobre el estado de la nación, que su gobierno había sido, desde el primer momento, un gobierno de izquierdas, añadiendo que la protección social había mejorado sensiblemente durante su mandato pese a los drásticos recortes de los últimos dos años.
Fue un gobierno de izquierdas, si por tal se entiende subir las pensiones mínimas, incrementar considerablemente las becas de estudios, articular un nuevo pilar del estado de bienestar como la ley de dependencia, actuar decididamente para lograr avances tangibles en términos de paridad de género e igualdad de derechos civiles, también para los que ejercitan una opción sexual menos convencional. Si consideramos estos aspectos -¡y no es una consideración menor, precisamente!- el gobierno de ZP fue, sin duda, un gobierno de izquierda.
Sin embargo, es ya un clásico decir que su primera legislatura fue la repanocha y la segunda un desastre. No estoy totalmente de acuerdo. La primera no fue, ni mucho menos, perfecta. Cualquier análisis, por superficial que sea y que se haga de aquel tiempo, revela que los anteriores gobiernos del PP habían gestado un monstruo inmobiliario -¡cómo puede Rajoy presumir de eso!- de consecuencias perfectamente predecibles y lamentables: mucho ladrillo y poca productividad. Y ZP, que era perfectamente consciente de ello –lo constata el programa electoral de 2004 y el presidente confesó en el debate- sin embargo nada hizo por atajar el desaguisado. Era más fácil sucumbir a la táctica de la cigarra que entregarse a la estrategia de la hormiga.
El final de su segunda legislatura deja clara una sumisión indisimulada a los mercados, a esta Unión Europea en declive, y a la desregulación económica feroz que le han convertido en el saco de los golpes de todos los indignados. Una sumisión que, en la medida que él cree inevitable, precisa de esa especie de autoinmolación. No deja de tener ribetes narcisistas el guion que se ha reservado el amigo. Las medidas dignas de calificarse como sociales quedan mitigadas por errores como esos cheques que le servían para ganar pírricamente un debate, dejar con el culo al aire a su ministro de economía y hacer caso a los badulaques y aduladores que tenía -¡y tiene todavía!- por consejeros monclovitas. Ah, y esa perniciosa inclinación a decir cualquier cosa que convirtiera su declaración en una primera página del día siguiente. Cosas de la Nueva Vía
Zapatero dice verdad cuando dice que nuestro endeudamiento es, sobre todo, privado. Y la razón última de este sobreendeudamiento la conoce mejor que nadie, paradójicamente, el ministro Rato que convirtió cualquier compra en el exterior deducible totalmente de la cuenta de beneficios de la empresa. Si no se endeuda fuera es que es usted tonto, parecía decir el ministro del PP. No sé si tiene toda la razón cuando dice que la economía estaría creciendo hoy al 2% de no estar lastrada por la construcción y el sector inmobiliario. No sé si eso explica los millones de parados, la retracción del consumo y el clima de pesimismo generalizado y ese largo camino por el borde del precipicio.
Ahora bien, lo que es sin duda cierto es que Rajoy y el PP comparten el grueso de las reformas adoptadas por Zapatero desde su giro “anti-social”. Y, más aún, desean más leña al mono y más medidas duras. Esas medidas que no se atreven a proponer y que habría que ver si se atreven a llevar a cabo, si llegan, en el gobierno.
Parece inexorable que PP gane las elecciones generales próximas. El resultado de las elecciones municipales y autonómicas pasadas ha dejado al PSOE exhausto. Deprime mirar el mapa político de España intensamente teñido de azul. Y este resultado no es la consecuencia irremediable, como sin duda afirmarán desde la “verdadera izquierda”, de la traición a su base electoral y social y a la práctica de una política auténticamente socialista. No
Desde hace tiempo la socialdemocracia ha dejado de soñar despierta; en realidad los sueños de la izquierda terminan muchas veces en pesadillas. Desde hace decenios los socialdemócratas han promovido la compatibilidad entre mercado, flexibilidad económica y expansión de los servicios públicos Esa es la peculiaridad de potentes sistemas de protección social como el holandés, danés, austríaco o sueco. La izquierda europea, desde tiempo inmemorial, ha entendido que lo mejor que puede hacer ante las fuerzas económicas no es prohibirlas, sino hacer que funcionen. La diferencia respecto a la derecha no es que no les guste el mercado; lo que siempre ha querido la socialdemocracia es utilizar la plusvalía del crecimiento económico para financiar una red de protección social que asegure que todo el mundo pueda disfrutar de éste.
El PSOE tiene por delante una tarea complicada. Debe volver a la ortodoxia. Asegurarse que lo que no entendió Zapatero y su Nueva Vía lo entiendan quienes asuman la responsabilidades futuras. Y, si como parece ser creencia general, ZP pasa por ser el peor presidente de la democracia, el PSOE debe consolarle el hecho de que eso se arregla en cuanto Rajoy asuma la presidencia.
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