17 nov 2012

De huevos y tortillas


Acostumbro a leer las noticias que aparecen sobre mi ciudad con cierta distancia. Salvo las que se refieren al capítulo de sucesos, las demás abundan en medias verdades , están  trufadas por propaganda (gratuita)  y parecen destinadas a  usuarios de guardería o  edulcoradas  hasta el punto que podrían  entrar  en la sección  ecos de sociedad. Pero algunas veces me va en ellas algo más que la curiosidad.

Hace nada se han dado a conocer  las conclusiones de la auditoría externa llevada a cabo a lo largo del primer semestre de 2012 y referidas a los estados financieros a fecha junio de 2011. Si las publicadas fueran las únicas conclusiones, el saldo parece el parto de los montes.  Limitan el trabajo algunos escenarios que, como es patente,  derivan de las legítimas intenciones . La fecha de referencia no es inocente, antes al contrario,  está plena de intenciones y lógica interna. Y se ajusta a lo que pretende.  Cierto que quizá es poco útil a efectos de los objetivos clásicos que pretende una auditoría en la administración pública. No es una cuestión menor, que se trabaje sobre datos de un presupuesto prorrogado en el que los estados de ingresos están condicionados por la fecha elegida y por las normas de ejecución . Más útil hubiera sido tomar como  fecha de referencia la de un presupuesto cerrado y/o liquidado.

 Las conclusiones publicadas no  son  sorprendentes. Nada contienen de novedoso  que no fuera posible conocer tras una mirada  profesional (y buenos profesionales tiene la administración  municipal) sobre la situación. Incluso una mirada superficial a los datos que obran en las dependencias de la institución, revelarían conclusiones  iguales. ¿Para ese viaje hacían falta alforjas?

Dejando de lado las cuestiones menos graves, todas las dificultades presupuestarias  de la ciudad  proceden de un hecho: Mislata ingresa  mucho menos de lo que gasta. En una relación de 3:4 aproximadamente. Hay un claro problema de consolidación fiscal.   Es justo  decir que, de seguir así las cosas,  en los años venideros se puede agravar el problema.  La cuestión puede, en principio,  abordarse de tres  formas:  Elevar impuestos, bajar gasto o ambas cosas a la vez.
El buen sentido aconseja la tercera. Pero no es sencillo.   Hay poco margen para subir impuestos. Y no siempre los  resultados son consecuencia de medidas que se pretenden  lógicas. Un ejemplo;  en los impuesto ligados a la construcción y al mercado inmobiliario, subir impuestos es inútil, e incluso contraproducente,  por la atonía  del sector. Se puede gravar más la construcción, pero si no se construye, por más que se pretenda, no  habrá  más recaudación.   Estamos en una situación de  desplome de ingresos . Y, en esta situación,  haber rebajado  el IBI ha sido una hermosa  y efímera noticia pero ha sido, sobre todo,  una torpe medida.
Para los próximos años hay que tener la humildad de explicar realidades, arrostrar responsabilidades, huir de comportamientos miméticos,   reformar programas, olvidar promesas, y aplazar infraestructuras.
Y  centrarse  en avanzar hacia un horizonte donde se gastará, como máximo,  lo que se ingresa.  Con la actual financiación el equilibrio pasa por no cometer errores, pensar lo que se hace y pensar en las consecuencias de lo que se hace. Pero sobre todo pasa por reducir el gasto.  No es un buen trago pero... no se hace una tortilla sin romper huevos.

Quedan prédicas pero me temo que también sobra desierto.

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